jueves, julio 12, 2007

Mal hábito

Tengo una fijación por jugarme el corazón, soy mi propio apostador, tengo miedo de perderlo ante otro jugador, así que cual loco, me lo juego, me lo apuesto y me lo gano... y se está desgastando, como un billete que ha pasado por miles de mano, en este caso dos.

Este miedo radica en mi curiosidad por ahondar en las miradas, no cómplices, no amigas, sino miradas perdidas, miradas que denoten lejanía, miradas lascivas y vulgares, miradas para diez minutos, que me vacíen al encuentro.

Estas procesiones en piel, infértiles en demasía, son lo que considero mi deporte favorito, con el que el destino me depara los mejores sinsabores de la vida.

Esto no siginifica que tenga una adicción por el dolor, mas bien es por los momentos titánicamente vacíos que aletargan una existencia por demás vegetativa, el dolor en estos casos no funciona, no es necesario, ha sido suplantado, sino es que extirpado.

Esta actividad no tiene ciencia, sólo entregas lo que menos valoras (o más), en pequeñas porciones, cucharaditas, para que no se te acabe pronto y te quedes sin nada.

Pero uno no aprende, ya llevo dos cicatrices, que más que dolor, me nostalgian (la siento en la impresión de la piel), y aún así uno sigue jugando, lanzando el corazón a no sé que perdidos lugares, para sacarlo mugroso y empolvado, agrietado y desgastado, sacudo la camisa, me lo echo a la bolsa y me voy.

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