Y la mantarraya posó su densa oscuridad en las blancas y blandas arenas de aquella playa virginal; vigilada, protegida por la salvaje selva, atrapada por el mar.
Encayada y húmeda de sal, su corazón entierraba sus palpitaciones poco a poco, lentamente...
... para emprender el vuelo con sus negras alas y en su sombrío lomo robarse a la pacífica playa.
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